Vibraciones por Gustavo Galuppo

Vibraciones y ecos de un universo audiovisual expansivo
Por Gustavo Galuppo.


La multiplicidad de imágenes diversas configura, de algún modo, el centro de un entramado que se escabulle todo el tiempo a casi cualquier posibilidad de encasillamiento o categorización. Imágenes diversas provenientes de fuentes diversas. El límite se borra. Se diluye apenas comenzado el juego, casi en el preciso momento en el que el mecanismo se pone en juego evidenciando ese gesto de construcción desde lo múltiple; desde la concepción de una imagen totalizadora compuesta por retazos cuya fuente pierde relevancia. Todas las imágenes, sea cual sea su procedencia y su función primera, pasan a conformar una trama alucinada en la que ciertos parámetros convencionales pierden sustento y razón de ser. Lo propio y lo ajeno. Lo apropiado y lo generado/registrado específicamente para la película. En cierta manera, si bien la pregunta se le puede presentar al espectador en un primer movimiento, esa diferencia entre las posibles fuentes cede con el discurrir episódico para borrarse en la misma trama audiovisual, en las texturas y en el ritmo, en el ir y venir entra la constatación de una imagen legible y el vagabundeo en los terrenos menos estables de la abstracción. Todo fluye. Cada imagen y cada sonido (o esa misteriosa conjunción de ambos) genera una vibración que expande el universo imaginado en direcciones diversas. Desvíos y atajos. Los caminos se abren permanentemente inventando la posibilidad de universos múltiples coexistentes, de realidades posibles modeladas por la percepción, pero por una percepción inestable constituida en la evanescencia de los elementos que se relacionan y se distancian como la bruma que se dispersa, que se presenta y a la vez se diluye. Que se forma y se deforma adoptando otras configuraciones, otras presencias fantasmagóricas entre la visibilidad y la invisibilidad, entre la consistencia casi táctil de lo que puede ser asido y la dispersión intangible de lo soñado/alucinado. Así se establecen otras realidades posibles pensadas desde la conformación del entramado, de la puesta en relación de los fragmentos de imágenes que componen cada episodio, y desde la relación mayor propuesta entre los episodios en la estructura general. Y es allí, en esa puesta en relación que desafía permanentemente a las expectativas generadas en el espectador, donde todas imágenes, sea cual sea su fuente de procedencia (propia o ajena, ya poco importa), se reescribe a sí misma en el exacto gesto de incorporarse a la estructura propuesta. Esa diferenciación, si en algún momento pudo presentarse como una duda o la necesidad (demasiado racional) de dilucidar el origen mismo de los elementos puestos en juego, pierde ya su razón de ser porque el conjunto mismo ha absorbido a todos sus componentes hasta hacerlos propios. Análisis y síntesis; pero una síntesis monstruosa en la que la categoría del found footage, aunque algunos de los pasajes se inserten directa y evidentemente en esta técnica, se dispersa en una acción más abarcativa que puede tener también su base en procedimientos ajenos a lo estrictamente cinematográfico: el remix, el sample, y hasta el mushup. Todo, en esta estructura hipnótica, pasa a conformar esa bruma que obnubila e ilumina, que afirma y niega, que muestra y oculta, que se forma al mismo tiempo que se diluye en un proceso interminable que aún queda latente tras el último episodio, tras la última imagen/vibración. Como una persistencia residual en la percepción, como un eco que no deja de destellar tras un cierre imposible, como los restos de un sueño que se activan por sus enigmáticas consonancias con la vigilia.

“Teoría de cuerdas” es, en primera instancia, un trabajo colectivo, la colaboración propuesta entre un músico y once realizadores. De esa coincidencia (planteada evidentemente desde la libertad) entre voluntades expresivas diversas surge aquel entramado inaprensible, aquellas texturas audiovisuales evanescentes que tanto se acercan por momentos a la consistencia de los sueños. La estructura es episódica, cada realizador se apropia de uno de los movimientos que conforman la composición musical que sirve de base. Cada una de las partes lleva como título el nombre de un elemento químico. Y todo se encuentra englobado baje ese título general que alude a un complejo concepto de la física, “Teoría de cuerdas”. De ahí en más, la hipnótica síntesis de todos esos elementos que parecen arrancados de un universo audiovisual en expansión constante. Y si allí donde sólo parece haber fragmentación y discontinuidad se presenta una unidad (que obviamente la hay), esta es otorgada por el discurrir de las texturas sonoras; son ellas las que componen la red sobre la cual se disponen estas piezas heterogéneas para ser ensambladas como un cuerpo único. Pero, en definitiva, ¿cuáles son esas piezas?, ¿a qué aluden esas imágenes en sus sucesivas interacciones/transformaciones? Hay en todo el transcurso una reincidencia de ciertas figuras que esbozan líneas de partida o de llegada, puntos de desvío desde los cuales se pueden establecer ciertas coordenadas para desarrollar el viaje iniciado: la naturaleza y sus elementos, el tiempo disgregado, el hombre, el espacio; pero tal vez y sobre todo lo que emerge de esa composición audiovisual es la idea de una construcción en la cual cada partícula visual o sonora genera una vibración que actúa sobre el resto, produce un eco que se agita en otras imágenes y en otro sonidos estableciendo diversos circuitos alternativos. Lo que se construye entonces no es un sentido único, sino que por el contrario se establece una red de asociaciones que trasciende la plasmación de un sentido racional para recalar allí, en este terreno donde la percepción de cada espectador recibe pequeñas señales, vibraciones imperceptibles, ecos de un sueño que no termina de conformarse nunca. De allí también que, como en la mayoría de las obras que desafían a las estructuras convencionales, no sea fácil hablar de “Teoría de cuerdas”, ya que si hay algo que más allá de toda apreciación o conceptualización destila su propuesta, es la recuperación del cine como experiencia intransferible, como un puro acto de comunión entre el espectador y esa avalancha sutil de imágenes y sonidos que no admiten otra traducción más que la de la propia experiencia.

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